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Yo soy diferente…

Mirrors and Windows.  John Szarkowski consideraba que hay dos formas de afrontar la fotografía: como espejos cuando el fotógrafo se convierte en explorador de sí mismo y como ventanas en la que el fotógrafo explora la realidad.  Yo me identifico con la primera forma

La fotografía es un lenguaje, un lenguaje que utiliza la captura de instantes irrepetibles para expresar emociones. Un lenguaje compuesto por un número infinito de palabras.

Cada fotografía es un poema, un poema que conserva la emoción de un instante irrepetible, de un fragmento de la vida. Un poema que, cada vez que es observado permite volver a sentir esa emoción perpetuada o… ¡quién sabe!, quizá, sentir una emoción completamente renovada.

Nací en Madrid y pronto descubrí mi fascinación por los libros y por los detalles… Haciendo mías las palabras de Sandor Márai: “solo, a través de los detalles podemos comprender lo esencial; así lo he experimentado yo en la fotografía y en la vida”.

Las circunstancias me condicionaron a estudiar una carrera universitaria que no hubiera elegido en otra situación: soy ingeniero de telecomunicaciones de profesión (ya también filósofo) y etólogo y fotógrafo de vocación.

A lo largo de los años ha ido creciendo en mí la necesidad de viajar para conocer diferentes culturas, diferentes paisajes, diferentes maneras de entender la vida. Como forma de traerme un “pedacito” de cada una de esas sensaciones nació mi afición por la fotografía. Irónicamente, muchas de las fotografías que tomo contienen pequeños detalles que podrían encontrarse en cualquier lugar del planeta.

Lo que aprendí, con el tiempo, fue que la finalidad con la que elegía el encuadre de mi cámara no era otra que captar una emoción, la emoción que sentía en un momento determinado, la emoción que me permitiría, más tarde, recuperar, cada vez que mirara la fotografía, ese diálogo que mantuve en el momento de tomarla y que, de algún modo, refleja una parte de mí: de lo que fui o pude haber sido, de lo que soy o de lo que me gustaría ser.

Siempre me he revelado contra el destino, contra lo establecido. Pérez Reverte definió perfectamente el espíritu que hay en mí: “…Hay seres humanos que se quedan de rodillas esperando el fin con resignación, o que buscan congraciarse con el verdugo. Y hay otros, los menos, que intentan echar a correr. Intentan ser libres y vivir durante quince metros. Es muy poco, porque el tiro, al final, llega igual. Pero durante esos quince metros que corre, el ser humano es libre. Esos quince metros se llaman amor, amistad, dignidad, decencia, caridad, honradez, coraje, compasión, solidaridad. En esos quince metros, aparentemente muy cortos, el ser humano puede hacer muchas cosas importantes. Toda la diferencia entre los hombres, para mí, reside en cómo corren o no corren esos quince metros. Eso es el libre albedrío posible dentro de las reglas generales de un cosmos que no tiene sentimientos.”. Por eso ahora vivo compaginando mi trabajo con estudios de filosofía y con otras vocaciones como la fotografía, la lectura, el deporte, los paseos por el campo, mis perros, la observación de la fauna, los viajes…

Vivo en el campo desde hace más de 15 años. Me trasladé a él buscando el contacto con la naturaleza y el espacio abierto. Vivir en el campo me permite desconectar del mundanal ruido de la ciudad; me permite disfrutar del silencio y del canto de los pájaros, del calor de la chimenea y de la serenidad de la nieve, de la lectura al aire libre y de la compañía de la soledad… Como decía Rafael Chirbes “Me gustan mucho las ciudades pero no sé por qué regla de tres siempre acabo viviendo en pueblos pequeños o en el campo. Y creo que es porque me permite alejarme un poco del lenguaje dominante. (…). Uno vive en una gran ciudad, se relaciona con gente de su clase, de su oficio, de su profesión y acaba viendo el mundo desde ahí. Y creo que estar fuera de eso me permite ver todos los lenguajes, sentirlos todos igual de emocionantes, igual de ridículos y, al mismo tiempo, sentirme emocionante y ridículo también”.

Currículum artístico

Mirrors and Windows.  John Szarkowski consideraba que hay dos formas de afrontar la fotografía: como espejos cuando el fotógrafo se convierte en explorador de sí mismo y como ventanas en la que el fotógrafo explora la realidad.  Yo me identifico con la primera forma

La fotografía es un lenguaje, un lenguaje que utiliza la captura de instantes irrepetibles para expresar emociones. Un lenguaje compuesto por un número infinito de palabras Cada fotografía es un poema, un poema que conserva la emoción de un instante irrepetible, de un fragmento de la vida. Un poema que, cada vez que es observado, permite volver a sentir esa emoción perpetuada o… ¡quién sabe!, quizá, sentir una emoción completamente renovada Nací en Madrid y pronto descubrí mi fascinación por los libros y por los detalles… Haciendo mías las palabras de Márai Sándor: “solo, a través de los detalles podemos comprender lo esencial; así lo he experimentado yo en la fotografía y en la vida” Las circunstancias me condicionaron a estudiar una carrera universitaria que no hubiera elegido en otra situación: soy ingeniero de telecomunicaciones de profesión, etólogo, filósofo y fotógrafo de vocación A lo largo de los años ha ido creciendo en mí la necesidad de viajar para conocer diferentes culturas, diferentes paisajes, diferentes maneras de entender la vida. Como forma de traerme un “pedacito” de cada una de esas vivencias nació mi afición por la fotografía. Irónicamente, muchas de las fotografías que tomo contienen pequeños detalles que podrían encontrarse en cualquier lugar del planeta Lo que aprendí, con el tiempo, fue que la finalidad con la que elegía el encuadre de mi cámara no era otra que captar una emoción, la emoción que sentía en un momento determinado, la emoción que me permitiría, más tarde, recuperar, cada vez que mirara la fotografía, ese diálogo que mantuve en el momento de tomarla y que, de algún modo, refleja una parte de mí: de lo que fui o pude haber sido, de lo que soy o de lo que me gustaría ser Siempre me he revelado contra el destino, contra lo establecido. Pérez Reverte definió perfectamente el espíritu que hay en mí: “…Hay seres humanos que se quedan de rodillas esperando el fin con resignación, o que buscan congraciarse con el verdugo. Y hay otros, los menos, que intentan echar a correr. Intentan ser libres y vivir durante quince metros. Es muy poco, porque el tiro, al final, llega igual. Pero durante esos quince metros que corre, el ser humano es libre. Esos quince metros se llaman amor, amistad, dignidad, decencia, caridad, honradez, coraje, compasión, solidaridad. En esos quince metros, aparentemente muy cortos, el ser humano puede hacer muchas cosas importantes. Toda la diferencia entre los hombres, para mí, reside en cómo corren o no corren esos quince metros. Eso es el libre albedrío posible dentro de las reglas generales de un cosmos que no tiene sentimientos.”. Por eso ahora vivo compaginando mi trabajo con estudios de filosofía y con otras vocaciones como la fotografía, la lectura, el deporte, los paseos por el campo, mis perros, la observación de la fauna, los viajes… Vivo en el campo desde hace más de 15 años. Me trasladé a él buscando el contacto con la naturaleza y el espacio abierto. Vivir en el campo me permite desconectar del mundanal ruido de la ciudad; me permite disfrutar del silencio y del canto de los pájaros, del calor de la chimenea y de la serenidad de la nieve, de la lectura al aire libre y de la compañía de la soledad… Como decía Rafael Chirbes “Me gustan mucho las ciudades pero no sé por qué regla de tres siempre acabo viviendo en pueblos pequeños o en el campo. Y creo que es porque me permite alejarme un poco del lenguaje dominante. (…). Uno vive en una gran ciudad, se relaciona con gente de su clase, de su oficio, de su profesión y acaba viendo el mundo desde ahí. Y creo que estar fuera de eso me permite ver todos los lenguajes, sentirlos todos igual de emocionantes, igual de ridículos y, al mismo tiempo, sentirme emocionante y ridículo también”|

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